Tomado del libro «Common Sense Health and Healing», del Dr. Richard Schulze.
…Imagine cómo se tiene que defender su sistema inmunológico ante el ataque constante al que se ve sometido.
Si le parece que las bacterias asesinas, los virus y las gripes malignas son perniciosas, le sorprenderá enterarse de que las investigaciones médicas han concluido que el enemigo más temido para el organismo no son los microbios… Sino los pensamientos y las palabras de cada día.
Por lo tanto, las investigaciones han concluido que hay un nutriente de efectos terapéuticos más eficaz que las vitaminas, los minerales, las enzimas, los jugos naturales y las hierbas medicinales: El amor.
El cerebro trabaja constantemente, todos los días del año y a toda hora; no cierra por fiestas ni se toma vacaciones. Es la computadora más eficiente y poderosa que existe. Dirige todo nuestro organismo y regula prácticamente cada una de las funciones del metabolismo y su equilibrio químico.
Desde el sistema nervioso hasta la actividad sexual, pasando por miles de actividades más de las que usted quizás no tiene idea, el cerebro es el que manda; y está constantemente creando, guiando, regulando, equilibrando y manteniendo todo el organismo a cada momento del día.
La ciencia ha descubierto que, cuando tenemos un pensamiento, el cerebro produce sustancias que abren lo que se podría llamar una ventana. Y cuando el pensamiento concluye, la ventana se cierra.
Por ejemplo, cuando ve a la persona de sus sueños y siente amor, esa sensación increíble que le recorre el cuerpo no es otra cosa que una sustancia química. Y cuando se excita sexualmente se debe a que el cuerpo ha liberado otra sustancia química.
Cuando ese desgraciado que de pronto se le atraviesa en la calle con el auto, y en ese momento le gustaría tener consigo una pistola de rayos láser para desintegrarlo, esa ira que siente, ese ácido corrosivo que aparece en el sistema circulatorio o el estómago, esa sensación, es producto de otra sustancia segregada por el cerebro.
Esas sustancias segregadas por el cerebro se llaman «neuropéptidos», y la biología lleva años realizando investigaciones en este campo.
Lo que sabemos hasta ahora es que cuando se tiene un pensamiento, el cerebro produce sustancias que afectan a la persona en una u otra medida. En ese momento, lo que las personas sentimos, es una consecuencia de la producción y asimilación de esos neuropéptidos.
Y es en esta área, la ciencia médica hizo un descubrimiento trascendental en la última década que ha pasado prácticamente inadvertido.
Ya se sabía que las células del sistema inmunológico, como todas las demás, tienen estaciones de descarga en su membrana para asimilar diversas sustancias.
Pero lo que se descubrió fue que en la membrana de cada uno de los linfocitos que defienden el cuerpo de bacterias, virus, hongos, parásitos, cáncer —y de toda enfermedad— hay un punto concreto de carga que recibe los «neuropéptidos».
¿Qué le importa al sistema inmune lo que se piensa, y por qué le da importancia a los pensamientos?.
¿Es que no tiene suficiente con tantos microbios presentes en el ambiente y la proliferación exponencial del cáncer?
¿Le es indispensable entrometerse en nuestra vida y monitorear las conversaciones privadas que sostenemos con nosotros mismos?
Eso no es todo. El sistema inmunológico se pasa el tiempo escuchando nuestros monólogos interiores, mientras que ninguna célula u órgano –ni ningún otro aparato del organismo– monitorea a otro si no está preparado para responder a la información que obtiene.
Así que la respuesta del sistema inmune está condicionada por nuestros pensamientos. El sistema inmune no solo escucha, sino que reacciona a nuestros diferentes diálogos emocionales.
La ciencia médica afirma que las células que defienden el organismo tienen puntos concretos de recepción de neuropéptidos (las sustancias que produce el cerebro con cada pensamiento).
Por otro lado, la respuesta de esas células a los gérmenes patógenos varía, dependiendo de que se fortalezca, se debilite, o deje de funcionar totalmente a causa de esas sustancias.
Todo lo que hacemos tiene consecuencias físicas, y por lo que se ve, también lo que pensamos. ¿Valdrá la pena pensar más positivamente?…